[El presente post no cuenta el final pero contiene spoilers]
Elefante Blanco es una buena película. A pesar de algunos diálogos trillados, a pesar de que por momentos cuesta despegar a Darín de Julián, el cura villero que encarna, es una buena película. Y sin embargo hay algo que está fuera de lugar. Hay algunas cosas que están fuera de lugar y que dejan la sensación de que la película misma está, ella, fuera de lugar. Fuera de cualquier lugar. Como si, a pesar de su explícita referencia sociopolítica, Trapero hubiera querido desarrollar la narración en un tiempo/espacio indiferenciado. Un tiempo espacio que hace imposible responder con certeza a la pregunta ¿cuándo sucede la historia que cuenta Elefante Blanco?
Por momentos creemos que todo sucede en el presente y por momentos se habla de Intendente, de Consejales, hasta de una no mayormente determinada Gobernación (lo que introduce cierta indeterminación sobre el lugar dado que la Oculta está en la Ciudad de Buenos Aires, antes o después de que haya dejado de tener intendentes. Y hablando de espacio, los únicos exteriores residenciales donde transcurre la historia son los de la villa. Todo lo que pasa afuera de ella es o en autopistas/avenidas o dentro de un departamento que funge casi de casa segura para Julián. El único barrio que vemos es el barrio villero que a su vez es indistinto en relación a sí mismo. No hay tiempo ni espacio político en el Elefante Blanco. Podría perfectamente haber tenido lugar durante la Intendencia de Domínguez en la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires.
Pero más allá de esta, para mí incomprensible, indeterminación, Elefante Blanco levanta un muro invisible entre las dos tragedias que la atraviesan. En algún momento de la historia sabemos que hay dos personajes que luchan contra la muerte: Julián contra la del cáncer, y el Monito contra la de la droga y la policía. Dos condenados pero lugar para un sólo héroe. Un héroe y medio. Julián y su “hijo” Nicolás. El hijo que quiere ser padre, pero con una mujer. A lo largo de toda la película el héroe trata de trasmitir su carisma y de redimir a su pueblo a través del sacrificio. Del otro lado no hay ni heroísmo, ni redención, ni sacrificio. Las virtudes no atraviesan el alambrado que separa a los blancos de los negros, a los pobladores originarios de los evangelizadores. Hay como dos circuitos separados que impiden que el Monito se coja a la mujer de Trapero o que Nicolás, el cura Belga en recuperación de un (también políticamente indeterminado) horror amazónico, tenga una historia con una minita de la Oculta.
En el suave apartheid moral y afectivo del Elefante Blanco algunos pueden desear y pecar, salvar y salvarse, y otros solamente ser víctimas de sus instintos animales, y a lo sumo avisar que no pueden resistirlos. Si es vicio no es pecado, si no hay voluntad no hay ofensa a los mandatos del Señor y el Monito y sus amigos sólo pueden desviarse del camino que va del paco al asesinato por encargo si son interceptados por la acción más o menos conjunta del Estado, la Iglesia y la Familia. Ellos sólo pueden ser salvados. No pueden actuar de otra manera.
Lo demuestra el empeño que Julián y Nicolás ponen en salvar al asesino de un policía. El Monito, escondido en el asiento de atrás, es religiosamente inocente, es la oveja descarriada que los pastores Julián y Nicolás deben devolver al rebaño tranquilo de villeros que construyen sus casas con paciencia, que no ceden a las tentaciones del narcotráfico ni las del pentecostalismo (mágicamente ausente de la vida religiosa de la Oculta).
Quizás lo que me moleste en el fondo es que el Estado esté representado a través de una asistente social y el gatillo facil policial. Que las agrupaciones políticas aparezcan mágicamente a la hora del quilombo. Que el único sacrificio involuntario sea el de Cruz, el cana infiltrado. El cana sacrificable sin mayores problemas. Cómo no nos dimos cuenta, se lamenta Julián ante el descubrimiento de que su principal voluntario era un policía federal. Cómo no nos dimos cuenta de qué? De que era cana o de que se podía hacer otra cosa que dejar que los muertos entierren a los muertos?
El Elefante Blanco parece una película pensada en un sábado lluvioso de 1998. Una película filmada con el guión ya vencido por el tiempo y por sus prejuicios dulces que las menciones al Padre Mujica no pueden cubrir.