El tipo apoya los cubiertos en el plato, mira a todos los comensales para asegurarse que están prestándole la atención debida y dispara: Fito Páez editó El amor después del amor antes de cumplir treinta años, dónde están hoy los músicos de treinta años que puedan… No me acuerdo el final de la frase porque mientras la dijo pensé en varias cosas una detrás de la otra. Pensé en mis treinta años y en lo que sentía cuando iba a verlos jugar a Saviola y a Aymar que tenían más o menos mi edad. Pensé en el slogan que anuncia que Babasónicos es desde hace veinte años (y contando) “lo más nuevo” del rock nacional. Pensé en la proliferación de cantautontos y bandas de medio hit. Pensé, por último, en que el único puente colgante que une el abismo cultural que me separa de mis estudiantes de primer año de la Facultad de Ciencias Sociales son Los Simpson. Cuando terminé de pensar los cubiertos estaban de nuevo cortando la colita de cuadril.
El otro día llovía y decidí volver a escuchar Mellon Collie and the infinite sadness (parte 1 | parte 2) el glorioso disco de los Smashing Pumpkins. Cuando les pregunté a mis estudiantes si les gustaba, sólo uno había escuchar de la banda. Como último recurso les dije que aparecían en Los Simpson pero solo logré que no me tomaran por loco y darme cuenta que Los Simpson son hoy lo que Tom & Jerry fueron para mi, un entretenimiento alejando de cualquier sentido (y vaya que los había, el otro día ví un capítulo donde se van de vacaciones a Cuba, antes de la revolución, claro).
No puedo dejar de preguntarme dónde está la cultura, dónde están los relatos colectivos, las canciones que saben todos de la generación que hoy empieza la adultez. Quizás en ningún lado. Quizás haya tan solo cachos de cultura repartidos por ahí. Pero lo cierto es que quizás haya una década perdida entre el largo final de los noventas en 1999 y el principio de los dosmil en 2003 cuyos efectos culturales se ven hoy con toda su fuerza.